Las aventuras de Cristina V
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“Nuestros besos son como lotes de feria. Siempre terminaban en palo.”

 

Sabía que tenía que cumplir unas obligaciones para continuar disfrutando del sexo salvaje que gozaba con Carlos. Pero después de nuestro último encuentro en los lavabos de la academia parecía un juguete sexual. Siento como si mi voluntad se esfumase. Así que, sin pensarlo mucho, decidí la manera en la que darle una lección.

Tomé asiento en el sofá y encendí el portátil. Sabía que había muchas tiendas online en las que podría comprar un atuendo para mí y otro para él.

Pasé varios minutos mirando páginas al azar. Entonces, cambié la búsqueda y encontré un mono que imitaba al cuero. Era completo y de manga larga. Sólo tenía un par de detalles, una cremallera que dejaba mis pechos al aire y otra en la zona del pubis que llegaba hasta el final de mi espalda. Ahora solo me faltaban unos altísimos tacones a juego para estar a la altura del papel al que iba a jugar esta vez.

Encargué, también, un fular negro que pondría sobre mi pelo. Pude imaginarme la escena una vez que encontré las botas adecuadas. Sonreía mientras localizaba un atuendo para Carlos y busqué en la sección de disfraces. Encontré uno que iba acorde con la situación que había vivido con él en el baño.

¡Lo encontré! Le obligaré a que se lo ponga, le forzare y lo someteré.

Pagados con la tarjeta y enviados por paquetería especial y urgente. En 24 horas tendría mis juguetes y los atuendos preparados.

Dejé pasar esos dos días, huí de Carlos y esquivé como pude aquellas miradas. Unas parecían de amor y otras de odio. Seguramente estaba muy enfadado por mis rechazos constantes. Tanto que alguno de mis compañeros me había preguntado por qué estaba tan ausente.

  • ¿Qué te sucede? Susurraba Javier.
  • Sí, es verdad. Estas muy callada. Decía Ángel desde el otro lado de la mesa.
  • Nada, de verdad. No me pasa nada. Contestaba en voz baja para no molestar a mis compañeros.

Simplemente no me apetecía mucho hablar y fingí enfermar para escabullirme de ir a clase el último día de esta semana. Seguramente Carlos me llamaría al ver mi ausencia y podría llevar a cabo mis planes.

Suena el timbre.

  • ¿Cristina?
  • Sí, soy yo. ¿Quién es?

Es la amable cartera que sube rápidamente por el ascensor y entre sus manos se encuentran los paquetes de lo que había pedido. Nerviosa, tomo su iPad y cumplimento todos los datos que me solicitan y firmo. Ella me entrega cuatro paquetes envueltos en sobres marrones de su empresa.

Una vez firmado el recibo, nos despedimos:

  • Hasta pronto.
  • Hasta otro día. Contesto.

Cierro la puerta con ansias de ver cómo me quedaban los atuendos.

Desenvolví los paquetes. Primero le quite el plástico a mi mono de cuero. El tacto es estupendo, como si fuese de plástico. Me quité el pijama y me quede en cueros, como mi madre me había traído al mundo. Sentada delante del sofá me lo puse todo; pañuelo, mono (sin bragas) y botas negras con un tacón de aguja que metía miedo.

Caminé alrededor de la mesa mientras me miraba sobre un espejo. Podía caminar con los quince centímetros de tacón gracias a las plataformas que custodiaban la parte delantera de la bota. Interesante. Me miraba en el espejo y no me reconocía a mí misma. Estaba impresionante, irreconocible y majestuosa. Aquel mono negro azabache brillante se ajustaba perfectamente a las curvas de mi cuerpo. Las botas, complementaban a la perfección el conjunto junto al pañuelo anudando mi pelo. A la vez, me tapé parte de la cara para dejar únicamente a la vista mis ojos.

Perfecto. Me dije a mi misma.

Pasaron las horas y cuando llegaron las 7 de la tarde, comenzaron a llegar los mensajes de Whatsapp.

Ángel:

  • Hola patitas de cigüeña. ¿Estás bien? Hoy en clase, Carlos ha estado inquieto buscándote. Miraba todo el rato el reloj y la puerta.

Azucena:

  • No sé qué estas tramando, pero Carlos estaba furioso al ver que no asistías a clase. Totalmente irritado, ha lanzado su móvil dos veces sobre la mesa.

Y el más esperado.

Carlos:

  • Llevo toda la tarde pensando en ti. ¿Por qué no me has dicho que te ocurre? Estoy enfadado y preocupado.

Mmm. Preocupado…. Entonces sentía algo más por mí.

  • Estoy en casa. Conteste sin dar más explicaciones.

Al segundo recibí su contestación.

Carlos:

  • Acabo en unos minutos. Voy para allá.

Preparé corriendo la habitación, coloqué pañuelos rojos sobre las lámparas, bajé las persianas para ganar oscuridad e intimidad, me pinté los ojos de negro y espolvoreé sobre mi cuerpo brillantina antes de vestirme con el mono de cuero. Preparé sobre la mesa el atuendo de Carlos y puse en fila, de uno en uno, todas las cosas que había comprado para él.

Me coloqué las botas perfectamente y acudí al espejo de la entrada para atar el pañuelo perfectamente. Tenía una carta que había escrito después de comer con las órdenes que Carlos iba a seguir si quería entrar en mi casa. La pasaría por debajo de la puerta cuando él se encontrara al otro lado.

Unos minutos después, el timbre de la puerta suena pero para mi sorpresa era el de arriba. Así que, apagué la luz y le di al botón play. Comenzó a sonar una música chillout, como la que a él le gustaba.

Pasé al recibidor, mire por la mirilla y era Carlos.

El sonido de la carta le hizo bajar la cabeza. Al ver que no contestaba, se agachó y antes de leerla, me enseño su soberbia aporreando la puerta mientras decía.

  • ¡Abre maldita sea! ¿Estás bien?
  • Sí, estoy bien. Quiero que leas esa nota en voz alta y que yo pueda oírte. Contesté.
  • Está bien, pero después quiero verte. Aceptando mis normas sin leer la carta.

Abrió el sobre sin cuidado, lo rompió por toda la parte de arriba y, sacando la carta, comenzó a leer:

  • Para entrar en casa de Cristina en el día de hoy, prometo, en primer lugar, encontrar un rincón como sumiso dentro de mi corazón y, por una vez al menos, no dar órdenes sino recibirlas y acatarlas de principio a fin, tal como tú (refiriéndose a mí, buscando mis ojos por la mirilla de la puerta.) haces siempre. Prometo entrar con la mirada en el suelo, desnudarme en tu recibidor. Dirigirme a ti como “Mi ama” y jamás mirarte a los ojos mientras estemos dentro de la sesión. Una vez acabada la sesión, me tragaré mi orgullo y mis aires de dueño del universo y no te reclamaré la falta de asistencia a las clases del día de hoy. Escucharé todo lo que quieras decirme criticando mis actitudes y no dejaré que la altivez de mi carácter tenga un secuestro amigdalino que pueda dañar nuestra situación.

Terminó de leer mis peticiones. Sus ojos ya no buscaban los míos en la mirilla de la puerta, sus sentidos miraban al suelo. Le cambió el rostro, de preocupado a estar inexpresivo. Bajó sus brazos todavía con las hojas entre sus manos, abriendo las palmas y en un suspiro dijo:

  • Por favor, abre “Mi ama”. Necesito verte.

Casi me rompe el corazón al ver el cambio que había transformado a aquel hombre que parecía de hierro. Pero apagando la luz de la entrada, el ruido de la puerta abriéndose, hizo que se arrodillase delante de mí y con tres pasos entrase dentro de mi casa cumpliendo por ahora el principio de mis órdenes. Mirando hacia el suelo se desnudó sin mirarme a la cara mientras yo observaba la situación sentada en la silla de enfrente de la puerta….

Continuará…

 

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4 comentarios en “Las aventuras de Cristina V

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