Sexo en la costa blanca
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Había quedado con un amigo del colegio para comer en una terraza de la costa. Aquel lugar de aguas calientes y de un azul casi como el de las islas del caribe. Quedábamos todos los años que yo visitaba Alicante, en el mismo lugar y a la misma hora de siempre. Había muchos visitantes extranjeros. El sol en lo más alto del cielo calentaba moderadamente para la época en la que estábamos. Decidí sentarme en cuanto vi la primera mesa libre. Era un bar dedicado sólo al público Inglés. Al parecer, había dos despedidas de solteros pasándolo en grande. Y allí estaba yo, esperando a Fernando con un tinto de verano en la mano, una pamela para evitar el sol y un gran alboroto a mí alrededor.

Pasados cinco minutos, Fernando llego en su moto haciendo ruido. Aquel hecho hizo que todo el mundo se apartase y se quedase mirándole. Cuando me localizo se quitó el casco y me dedico una de esas sonrisas  blancas y amplias que no se suelen ver por la gran ciudad. Me levante devolviéndole la sonrisa y nos dimos un gran abrazo.  Volvimos a  la mesa y pidió una cerveza, mientras se quitaba la cazadora de la equipación de moto y peinaba su rubio peinado.

Hablamos y hablamos durante un par de horas y, en unos instantes, se preparó una tormenta, cundiendo el caos en la calle. Todo el mundo corría para mojarse lo menos posible. Hacía dos años que no visitaba a Fernando y no recordaba el olor a la humedad de una tormenta de primavera. Como había venido en bus hasta la playa, Fernando me ofreció acercarme hasta el hotel que él dirigía y donde vivía en una habitación.

  • Ven, te enseñare la zona. Han hecho muchas reformas, el hotel parece otro. Si te apetece, puedes quedarte a cenar. Me ofreció.
  • Claro, me apetece mucho. Pero si cenamos, será en la habitación. Mira que aspecto más desastroso tengo. Conteste intentando colocar mi pelo empapado.
  • ¡Por supuesto! Las especialidades del hotel son japonesas. Las hemos cambiado ya que el público que nos visita es de allí. Aunque también tenemos los platos típicos de la zona. Intentando replicar el gesto del saludo nipón.

Aquella imitación nos hizo reír a ambos, nos levantamos y acercamos a su moto. Rápidamente saco un casco para mí de las maletas que portaba en vehículo. Me ayudó a colocármelo y a abrocharlo para poder iniciar el camino. Cuando llegamos al hotel, estábamos totalmente calados.  Fernando solicito más toallas para podernos secar cómodamente ambos y claro, como es el gerente, sus deseos fueron concedidos al instante. No había pasado ni un minuto y ya había alguien llamando a la puerta para hacernos entregas de más toallas.

  • Aquí tienes Fernando. ¡Si que te has mojado! Le dijo una voz femenina.
  • Si, un poco. Hay días que es mejor no sacar la moto.
  • Nadie predijo este chaparrón. Dijo despidiéndose.
  • Gracias otra vez. Hasta luego. Dijo él mientras cerraba la puerta.

Mientras eso ocurría, yo estaba echando un vistazo a varias fotos que tenía puestas en marcos en una estantería, al lado del ventanal principal del dormitorio.

  • Toma, ponte esto. Puedes cambiarte en el baño.

Me dio un albornoz y entre en el baño para secarme. Cuando salí, con una toalla en la cabeza, me lo encontré sólo con el albornoz. Había puesto música de ambiente. Apoyé mis manos sobre el cristal del ventanal y me quedé mirándole sin darme cuenta de lo mucho que me atraía Fernando. Él se dio cuenta y tomo mis manos, las acarició suavemente, se acercó un poco más y me besó despacio, cada vez con más pasión. Sus labios eran intensos igual que su mirada.

  • Sé que me deseas, igual que yo a ti. Me susurro al oído.

Me dio la vuelta, me acaricio mis costados, bajo mi falda azul y empezó a acariciar mi clítoris y mi vagina por fuera de la ropa interior, mientras me besaba el cuello y la parte superior de la espalda. Comenzó a tocar mis pechos de una forma escandalosa. Al comenzar a gemir, decidió quitarme toda la ropa interior y dejarme solamente con unas medias que me llegaban al muslo. Mientras yo, con las manos en la espalda comencé a acariciar su miembro excitado. Cada vez era más intenso. Me giré, le besé hundiendo mi lengua hasta el fondo de su boca para degustar su sabor. Me apoyó sobre el cristal, soltó el nudo que tenia de su albornoz y me penetro, me embestía una y otra vez con su miembro hasta tocar el fondo. Me chupaba y mordía los pezones. Lo hizo hasta que el orgasmo más profundo se apodero de mis piernas temblorosas.

Mi orgasmo había empapado toda la zona. Estaba muy húmeda, con su contacto me humedecía. Volví a apoyarme sobre el cristal, dándole la espalda, pero él, no había llegado al orgasmo y volvió a recurrir a la humedad de mi vagina. La tocó con ambos dedos, me los introdujo hasta llegar a mi punto débil. Una vez humedecidos los dedos, comenzó a dilatarme mi culo con uno de ellos. Los introducía despacio, primero uno, luego dos, y luego recurrió a su boca. Una lengua experta que recorrió todos los labios de mi vagina. Me lamio el ano, introduciendo la punta de su lengua apenas un centímetro. Aquello me producía tal placer que comencé a empaparme de nuevo. Al ver mi estado de excitación, comenzó a introducir su pene inflamado que no había llegado al orgasmo. Comenzó a bombearme una y otra vez hasta que el acto comenzó a producirnos placer a ambos. Me agarró desde atrás por las muñecas, y siguió bombeando profundamente. Me acarició la cintura, los pechos y pellizcando mis pezones, seguía bombeando rítmicamente. Mi pecho estaba apretado contra los cristales de la ventana. Coloqué una pierna en una balda de la estantería, para lograr un mejor apoyo. Sacó su pene y comenzó a besarme la espalda mientras frotaba su erección con los labios calientes de mi vagina para, a continuación, volver a introducirse en mi ano. La sensación era placentera mientras me masturbaba mi sexo. Son de las cosas que no te imaginas hasta que no lo haces. Volvió a bombear dentro de mí, esta vez, fue un poco más violento. La excitación que ambos estábamos sintiendo era increíble, parecíamos uno más rápido. Me sujetó bien y levantándome con sus fuertes brazos, yo apoye mi peso sobre los enganches de las persianas. Y así, de la manera más morbosa posible, volvió a hacérmelo con delicadeza, pero sin pausa. Estaba en el aire, y su boca, besando mi cuello mientras seguía el movimiento rítmico cada vez más rápido hasta llegar a un orgasmo salvaje, chorrear todas sus piernas y caer de rodillas en la moqueta de la habitación.

  • Has estado increíble. Le dije con voz entrecortada.
  • Tú también, siempre has sido dulce y preciosa. Susurró mientras besaba mis hombros.

Nos tapamos, y no recuerdo las horas que pasamos dormidos en aquella habitación. Fue increíble.

 

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