Una ligera brisa hacía presagiar una agradable jornada y tanto que lo era después de todo lo que acababa de pasarme.
- Fóllame. Dijo con voz entrecortada
- Fóllame. Repetía mientras se estremecía.
Su sexo inundaba todos mis sentidos, su olor me embriagaba, su sabor me emborrachaba y su voz me transportaba a un mundo de sensualidad, deseo y pasión.
- Fóllame. Repitió otra vez y con todo mi deseo. La penetré y la hice mía como ambos ansiábamos.
La respiración volvió a acelerarse, su cadera volvió a moverse. Esta vez de una manera mucho más profunda, ayudando a la penetración. Me apretó contra ella, sus brazos rodearon mi espalda. Sus piernas se cruzaron sobre mí. Cada estremecimiento de su cuerpo era un acicate para mi deseo. Cada suspiro y jadeo, componían una sinfonía de deseo y de placer. Juntos llegamos a eso que algunos llaman clímax pero yo no podría encontrar palabras para definir tanto placer.
Aún sobre ella le dije mientras le besaba la cara;
- Gracias, muchas gracias. Nunca me imaginé que pudiera suceder.
- Te quiero mucho. Me dijo.
- Yo deseaba que pasara esto, deseaba hacer el amor contigo. Era mi pequeño deseo secreto. Por eso vine y por eso te llamé, continuó. Me dijo.
No tuve respuesta para esas palabras. Me quedé a su lado acariciándola mientras contemplaba su cuerpo. Sus pezones se habían erguido y parecían ofrecerse así que me incliné sobre ella y le tomé los pechos con mis labios mientras ella me acariciaba la cabeza.
- Vámonos al agua, le propuse al poco rato. Ella sonrió mientras sus ojos mostraban una expresión pícara.
Le ayudé a levantarse y volví a abrazarla pero esta vez mis manos se quedaron en sus nalgas que acaricié, amasé y apreté con ansía sobre mi cuerpo. Nos fuimos hasta el agua y nos dejamos arrastrar por la ligera corriente hasta quedar donde desaguaba, apenas cubría unos pocos centímetros. Rodamos mientras nos besamos hasta quedarme sobre ella. Besé su boca y nuestras lenguas se juntaron al tiempo que mi pene se empalmaba. Volví a introducir mi pene en su vagina. El agua corría a los lados de su cuerpo y provocaba una ligera sensación de flotabilidad muy agradable.
- Déjame ponerme encima. Me dijo.
Me tumbé de espaldas y ella se colocó sobre mí, apoyándose sobre las manos y las rodillas. Con un suave y casi delicado movimiento de su cadera, hizo que la volviese a penetrar. Llegué hasta lo más profundo de su ser. Estaba caliente, húmedo y el abrazo de su pierna facilitó la penetración. Comenzó a moverse de una manera tremendamente excitante. Se levantó apoyándose sólo sobre las rodillas, arqueó su cuerpo hacia atrás y comenzó a acariciarse los pechos mientras su cadera se movía rítmicamente. Aquel paisaje de su cuerpo era excitante.
- Tus tetas. Déjame tocar tus pechos. Le pedí.
Ella asintió y se enderezó ofreciéndome sus ansiados pechos. Mis manos se aferraron a aquellas hermosas formas, a sus pezones duros. Los jadeos volvieron a sonar y se convirtieron, por unos minutos, en un sonido más de aquel paisaje, el sonido del agua o de los pájaros. Volvió a arquear su cuerpo mientras nuevamente se estremecía. Se dejó caer hacia delante y se abrazó a mi cuerpo mientras repetía algo que no alcancé a comprenderle. Se separó de mí y me ofreció sus nalgas.
- Por donde quieras. Haz conmigo lo que quieras. Me dijo.
Su culo lo era con mayúsculas. Un culo rotundo, firme, lleno, espléndido y mágico. Le mordí en una nalga y me agarré a su cintura. Todo lo delicadamente que pude comencé a penetrarla, un pequeño quejido salió de su garganta. Deslicé mis manos sobre sus costados, haciéndolas girar hasta alcanzar aquellos deseados pechos. Poco a poco y siguiendo mis movimientos, su cadera volvió a acompasarse ofreciendo todo el placer del que era capaz de darme todo su cuerpo. No tardé en eyacular y dejarme caer sobre su espalda. Más tarde, entre besos comenzamos un breve aseo y nos tendimos sobre la toalla para dejarnos secar al sol cogidos de la mano.
- Debemos irnos ya, se está haciendo tarde. Son casi las seis y quisiera ducharme en el hotel.
Así que, tras una breve despedida, nos vestimos y nos fuimos.
Pronto llegamos a su alojamiento. Los otros aún no habían regresado. Esta vez subió ella sola, me lo pidió así. Yo me quedé esperándola en la cafetería. Los otros fueron llegando mientras se duchaba. Lo que sucedió luego no tiene mayor historia. La cena, la sobremesa y las despedidas. No la he vuelto a ver. Ahora apenas hablamos y ya no nos encontramos en el chat. Ya no me envía correos. Pero yo sigo guardando el calor de su cuerpo, la suavidad de su piel, el olor de su sexo lleno de deseo y, sobre todo, el sabor de su cuerpo y el de su sexo. Algunas noches despierto con ese sabor.
Por eso pienso, y cada vez estoy más convencido de ello, que solo fue un sueño. Un sueño extraordinario, maravilloso, increíble, pero sólo un sueño. Pese a los recuerdos tan vivos y a que nunca más fui capaz de volver a sentirme a gusto en aquel rincón de aquel río perdido.
De vez en cuando, vuelvo a ese lugar. Ahora allí hay demasiado silencio, ya no se oyen los pájaros y el agua ya no es tan transparente ni canta de la misma manera que lo hacía. Ahora, aquello es reino del silencio, los pájaros no cantan tan alegres. Ella, quizás, sólo fue un sueño pero yo me resisto. Aún sigo con su sabor en mi boca.
Hace unos días le mandé un correo. Espero con ansia volverla a ver.
Continuará…
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