Las aventuras de Cristina III
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Llegando el lunes y después de un gran fin de semana sexual, el despertador toco incesante hasta conseguir despertarme. Mi pelo estaba alborotado dado que ayer por la noche me duché y no me peiné lo suficiente, ni lo sequé. Simplemente, con el agotamiento que arrastraba, me dejé caer sobre la cama.

A la vez que peinaba la maraña que se encontraba en mi nuca, recordaba los momentos más excitantes que me había dado Carlos. Seguramente también él, había estado pensando lo mismo que yo. Con sólo recordar su pene y sus labios sobre mi cuerpo, me incitaba a masturbarme pensando en lo que había sucedido todo ese fin de semana.

Hay un momento que nunca olvidaré…

La suite poseía un gran baño completo y un vestidor enorme. Sólo su habitación podía ser perfectamente del mismo tamaño que mi casa.

Una de las veces, en las que acudí al lavabo para refrescarme, el me siguió y me colocó un antifaz para que no pudiese ver absolutamente nada de lo que iba a suceder.

  • ¿Puedes ver algo? Preguntó.
  • No, nada. Sólo podía oler su aroma característico.
  • Ahora, jugaremos con cadenas.

La sonrisa, que acarició mi boca fugazmente, se apagó y se llenó de temor al escuchar el ruido.

  • No te preocupes, no sufrirás ningún daño. Me decía mientras me acompañaba y me sentaba al lado del inodoro.

Continué escuchando ruidos cercanos. Parecían mosquetones enganchándose en algún lado. Las cadenas volvían a correr entre engranajes  y arandelas.  Escuché lo que tal vez sería un mueble moviéndose. Pero, un mueble en el baño que se moviese, ¿cuál sería?

Pronto, unas muñequeras de tacto de terciopelo rodearon mis tobillos y mis muñecas. Sintiendo muy de cerca la respiración de Carlos mi instinto me decía que se sentía excitado.

Vuelven a escucharse las cadenas corriendo por las arandelas y, de pronto, me encuentro en el aire, más sonido de mosquetones y sensación de ingravidez. No se está mal y no duele. Mi peso reside perfectamente distribuido entre cadenas, mosquetones y muñequeras. Me coloca un separador en los tobillos. Ni Carlos espera resistencia, ni yo deseo oponerme. Me estaba encantando el juego y deseaba empezar cuanto antes.

Las cadenas tiraron fuerte y alzaron mis manos muy por encima de la cabeza. Todavía podía hacer pié aunque únicamente con la punta de mis dedos. En aquel momento, Carlos sube un poco más y ya me encontraba suspendida por completo, al igual que expuesta a él.

  • Cristina, mañana vas a recordar que eres mía.

Tocó mis muslos hasta llegar a mi hendidura.

  • Voy a estar aquí dentro hasta que se me antoje.

Introduciendo dos dedos en mi vagina. Un gemido se escapa de lo más profundo de mi garganta.

  • Estas lista para mi, ¿eh? Mojada y expuesta.

Mientras movía sus dedos por toda mi hendidura, de vez en cuando me penetraba con uno o con varios dedos.

Subió el separador de piernas y colocó mis tobillos a la altura de su cabeza. Sentir el pelo humedecido entre mis pies, me avisó de que el juego estaba a punto de empezar y así fue.

Me agarró de las caderas y de una sola embestida se insertó dentro de mí. Me aguijoneó en varias ocasiones, dejando un espacio pequeño entre una vez y otra y tocando el fondo de mi vagina. Provocando que mi sexo estuviese cada segundo más excitada y más húmedo hasta que, sólo él, llegó al orgasmo con un gran alarido.

Expuesta y ansiosa por llegar al orgasmo también, susurré:

  • Por favor, quiero más. ¡Más!
  • Oh, vaya… ¿Crees que tienes derecho a exigirme?
  • Necesito que me hagas tuya otra vez, por favor.

Creo que nunca debí decirle aquello. Bajó mis pies de sus hombros y abrió la ventana del baño y el frio invierno azotó mi piel. A su vez, Carlos me daba pequeños azotes en mis nalgas para que no perdiese temperatura.

Cuando el baño estuvo completamente ventilado, cerró la ventana. Mi piel estaba fría y la excitación casi había desaparecido.

Sintiendo de nuevo la distancia de su cuerpo, volví a escuchar el movimiento de las cadenas. Mis manos ahora estaban a la altura de mi ombligo, los hombros agradecían ahora la falta de tensión a los que se habían sometido. El sonido de unas llaves en mis pies me hizo consciente de que la barra separadora desaparecía del juego.

  • Tu cuerpo se refleja en los azulejos. Eres preciosa, nena.
  • Por favor. Volví a rogar.
  • Está bien. No has tenido suficiente y ahora será tu turno.

Me lanzó algo al pecho. Creo que era agua. Resbaló por mi cuello y mi espalda, cayendo algunas gotas en mis nalgas. El resto del frio líquido escurrió por mis pechos, mi abdomen y mi monte de venus.

Ahora sentía ese líquido caliente. Carlos se colocó detrás de mí. Con una mano tocaba y pellizcaba mis erectos pezones. Con la otra mano, recorría mis labios y mi vagina mientras que su boca lamía el líquido que había quedado en mis hombros, en mis brazos y en el cuello.

Con mis pezones provocados e inducidos ya al placer, colocó su mano derecha en mis hombros y empezó a masajearlos.

  • ¿Te gusta? Preguntó.
  • Sí, más por favor. Volví a suplicar.

Sus manos abandonaron mi cuerpo por unos segundos. Carlos apenas se separó de mi lado. Escuché como frotaba sus manos regresaban a mis hombros y a mis nalgas. Esta vez, estaban empapadas de algo caliente. Parecía aceite con esencias a flores. Sus manos hábiles recorrieron fácilmente mi espalda que reaccionaba mediante espasmos a su contacto. Sus manos masajearon el interior de mis muslos y de toda mi entrepierna. Estaba empapada y completamente embadurnada de aquel líquido.

Una vez que Carlos escucho mis gemidos, bajó dándome suaves besos por toda mi espalda hasta llegar a mi ano. También besó y lamió a su deseo toda la zona. Después de que se quedase satisfecho, me acarició la zona donde había estado el separador. Con mis ojos todavía cubiertos por el antifaz,  volví a dejarme llevar por sus caprichos.

Besó mis nalgas  y, con una mano, las separó para poder introducir un dedo en mi ano. Las escupió y, como no tenía lubricación suficiente volvió, a empaparme del aceite de esencias. En esta ocasión, en vez de introducir sólo un dedo, fueron dos.  El placer sacudió mi cuerpo extasiando mi deseo por él. Note su miembro erecto. Cambió la postura para colocarse perfectamente detrás de mí. Con una mano agarro mis labios vaginales, activando la zona con movimientos dulces y sacó la otra de mi orificio anal para colocar la punta de su hinchado y perfecto glande. Con suaves y dulces movimientos, fue introduciéndose dentro de mí. Soltó mis labios para agarrarme el pelo de la nuca. Sin darme tregua, bombeó y bombeó dentro de mí, desde la dulzura hasta la rudeza y el instinto. Tocó mis pechos, mis labios y tiraba de mi pelo hasta que un escalofrió, rápido como un rayo, azotó nuestros cuerpos y llegamos al clímax tan deseado.

Besándome, acabo nuestra sesión. Percibí el sonido del interruptor y acto seguido estaba a mi lado quitándome el antifaz. Abrí poco a poco los ojos y en aquel lugar estaba él con su cuerpo escultural mirándome. En su cara se dibujaba una sonrisa de satisfacción. Imagino que igual que la mía.

 

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3 comentarios en “Las aventuras de Cristina III

  1. Me ha gustado, aunque estaría muy bien que hubiese un cambio de roles y fuese Carlos el que ocupase el lugar de Cristina…Ahí dejo caer el guante

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