Las aventuras de Cristina IV
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Abro los ojos. Es lunes y el fin de semana ha pasado y no me he enterado. Intento desperezarme pero las sábanas son demasiado confortables y vuelvo a cerrar los ojos…

  • Cinco minutos más. Digo en voz alta para convencerme a mí misma.

Vuelve a sonar el despertador y la luz del sol entra un poco más por los agujeros de la persiana de mi habitación. Abro los ojos, de nuevo. Un foco de luz intensa me entra directamente en las pupilas. Estiro mi cuerpo y la sensación que tengo es demoledora. Como si me hubiese pasado por encima un camión y se hubiera ensañado conmigo. Creo que estaba entumecida del fin de semana tan lujurioso que compartí con Carlos.

Finalmente, después de obligarme a salir de la cama, pude ponerme en pie sin ningún problema. Decidida caminé a la ducha para ponerme en marcha. Me espera un día de clases y gimnasio muy duro.

Tomo una ducha, desayuno y me pongo mis leggins azules y una camiseta blanca. Ya casi estoy lista para salir de casa cuando me suena el móvil.

  • Buenos días, Carlos. Respondo.
  • Buenos días, Princesa. Me dice con un tono rígido e inflexible.
  • ¿Ocurre algo? Pregunto.
  • No, nada. Sólo quería asegurarme de tu puntualidad a las clases en el día de hoy.
  • Estoy saliendo por la puerta. Contesto aliviada.
  • Muy bien. Te veo en media hora.

Termino la conversación, pongo los auriculares para escuchar la radio y guardo el móvil en la mochila. Salgo del portal y saludo a varios vecinos jubilados que pasan sus horas a la sombra en el banco que hay en la acera. Me piropean y alagan siempre con frases como: “Si yo tuviese treinta años menos”, “Si no encuentras a un hombre que te quiera, aquí tienes uno”. Me hacen sonreír. Saludo con la mano mientras con la otra coloco mis gafas y sigo caminando. Cruzo varias calles pasando desapercibida y después de unos  treinta minutos llego a las puertas de la academia.

Javier y Helena estaban parados a unos metros de la puerta, hablaban y reían. Daba gusto estar entre gente desconocida y que todos nos llevásemos tan bien.

  • Buenos días. Saludé enérgicamente a ambos.
  • Buenos días, Cristina. ¿Cómo te ha ido este fin de semana? Pareces cansada. Me saludó Javier.
  • Hola, ¿qué tal? Dijo Helena.
  • Bien, bien. Me he mantenido entretenida. Contesto riéndome.
  • ¡Vaya…! Cuenta, cuenta. Se interesa Javier.
  • Nada que contar, cotilla. Respondo y nos reímos juntos.

Abro la puerta siguiendo hasta mi sitio habitual. Carlos se encuentra ya dentro del aula, prepara el proyector y la pizarra para el temario de hoy. Me entusiasma saber que veremos diapositivas o, quizás, una película. Ver hojas del temario y leyes me cansa un poco.

Todo el mundo tomaba asiento. Carlos me había saludado guiñándome un ojo cuando nadie le miraba. Yo intenté que no se notase nada. Saqué el cuaderno y los bolígrafos para tomar apuntes.

Todos ya sentados y con las luces apagadas para el proyector.

  • Hoy veremos las leyes de protección ciudadana. Dijo Carlos y continúo. Son leyes que nos sirven para proteger e incluso para nosotros mismos, todos deberíamos saber los deberes y obligaciones de toda la ciudadanía. Sin entretenerme, procedemos a ver el video, iremos apuntando dudas y más tarde tendremos un debate entre todos.

Helena, la más próxima a la puerta, hace un gesto con el brazo y apaga la luz mientras Carlos y Ángel bajan las persianas. El video comienza, Carlos coge una silla, se sienta a mi lado haciéndome un gesto para mantenerme en silencio. Algo me hacía sospechar que no me enteraría del video.

Pone una mano en mi rodilla y con la uña del dedo índice y corazón me araña suavemente la zona. Le miro y él parece seguir atento a las imágenes del proyector.

La intensidad de sus uñas aumenta. Gracias a que mis leggins eran piratas si no, podría haber dejado marcas en mi piel sin ningún problema. Abre la mano y recorre mi muslo de arriba abajo con cierta delicadeza Una exquisitez que me ponía a cien cómo sólo Carlos sabía hacerlo. Mi entrepierna ya sabía que eran sus manos las que transitaban por mi cuerpo y yo, queriendo permanecer atenta a la clase de hoy, ignoraba la manera de persuasión que alcanzaban sus intenciones.

Mi cuerpo me traiciona, Carlos lo sabe e insiste en su hazaña. Me remuevo en mi silla intentando que Carlos desistiese pero no es fácil cuando te sientas en la última silla de la clase y estas a oscuras. Por mi cabeza pasaban varias cosas. Una de ellas era la posibilidad de que algún compañero se girase y viese la escena. Otra es, sin duda, una de las más alarmantes, que se escape un gemido o un suspiro de mi boca. Todos mis compañeros se girarían. Y la última variable era que no me enterase del video y fuese la primera a la que Carlos preguntase. Todas ellas  son posibles. Excitada y confusa no pude resistirme y me deje hacer.

El video acabó y, como suponía, Carlos me cosió a preguntas sobre la temática. Me dejó en evidencia ante todos por no permanecer atenta. Escuché alguna risa de satisfacción de mis compañeros al escuchar la charla que estaba dando por mi falta de concentración. Sólo me quedaba mantener el silencio como respuesta y resignación. Carlos y yo sabíamos lo que había pasado allí delante de todos.

Una vez acabada la clase me encaminé hacia el baño, necesitaba secar mi entrepierna y mojarme la cara con agua fría. Exasperada por la bronca desmesurada que había recibido sin motivo, me froté varias veces la cara. Fue entonces cuando la puerta se abrió, me giré y vi que era él cerrando con cerrojo la puerta.

Abalanzándose sobre mí, colocó su mano en mi boca para que no pudiese oírme nadie,  me apoyó en el lavabo y, mirándome a los ojos desde el reflejo del cristal, comenzó a azotarme. Primero con los leggins puestos. Claro, eso fue así hasta que se dio cuenta que no me hacia el más mínimo daño.

Gruñó un poco cuando se percató de ello y, aun sujetándome contra el lavabo, me bajo los pantalones hasta la rodilla. Las palmadas en mi trasero continuaban, una y otra vez, cada una de ellas más fuerte que la anterior. Justo cuando una lagrima iba a resbalar por mi mejilla, cesaron los azotes. Retiró mi tanga hacia un lado e introdujo dos dedos por mi vagina. No pude contener mis gemidos y ya no me dolía el trasero. Estaba completamente humedecida a merced de Carlos. Aceleró el ritmo hasta que llegue al clímax. Una vez sucedido eso, abrió el grifo de agua y me mojó la cara, el cuello y la nuca. Supongo que lo hizo para distraerme de sus actos. Cuando quise darme cuenta estaba detrás de mí con su pene en la entrada de mi vagina, penetrándome poco a poco y embistiéndome sin perdón. Agarró fuertemente mi pelo, hizo de sus manos una goma para sujetármelo y, mirándome a los ojos, me penetró hasta que llegó al orgasmo.

Una vez que la acción acabo y, sin cruzar palabra conmigo, se subió los pantalones, dio media vuelta y salió caminando por el pasillo dejando la puerta entreabierta. Allí me quedaba yo, confusa, excitada y sola esperando nuestro próximo encuentro.

 

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