Rizos de carbón V
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Menudo viajecito estábamos teniendo. Me había dedicado a provocarle durante gran parte de la tarde. Al final, él había parado y me había hecho el amor.

La luz anaranjada del crepúsculo traspasaba las ventanas  del coche, daban un tono diferente a nuestra pequeña intimidad y a nuestros alrededores, ya que viajábamos entre playa y montaña por una preciosa autovía de la costa. José Antonio había tomado mi mano izquierda entrelazando sus dedos con los míos. Desde su posición, acariciaba mi mano con sus dedos con toda la ternura del mundo. Llegando a nuestro destino por una carretera pequeñita y estrecha, parecía que entrábamos ya en el pueblo pesquero al que nos dirigíamos.

Alcanzando ya la altura del hotel, la entrada tenía tres arcos de piedras iluminados con leds. Continuamos entre un pasillo de rosales de diferentes colores y suelo de pizarra blanca. La entrada a la recepción fue impresionante. Una enorme chimenea de unos tres metros de altura presidía aquel salón junto a unos sillones de cuero blanco. No había nadie en recepción y miramos a nuestro alrededor. Unas escaleras de piedras enormes le hacían un poco de sombra a la chimenea. Eran las que nos transportarían hacia una perfecta luna de miel estando solteros.

Nos acercamos cargados con las maletas al mostrador de la sala. Había un timbre dorado antiguo con forma acampanada y un pulsador en la parte más alta. José Antonio tocó varias veces el botón del timbre y, cumpliendo expectativas, la melodía igualaba a la de los timbres de época.

  • Parece que nadie. Me dijo José Antonio.
  • Espera unos segundos. Nuestra hora de llegada sería sobre las 9:30 y aún faltan 30 minutos. Le contesté mientras miraba a mí alrededor.
  • Parece tranquilo. Podría haber más alojados por aquí. Añadió.

Curioseando los alrededores de la entrada, había fotos familiares encima de la chimenea. También encontré la de algún famoso que había ido a pasar la noche allí. José Antonio tocaba los sofás porque no creía que eran de cuero real y pensaba que eran de imitación. Por eso se mantenían tan blanquecinos. Ver aquello me hizo gracia.

Por fin después de unos minutos de espera, un joven bien trajeado con el uniforme de la empresa apareció en las escaleras. Era alto, fornido y muy moreno. El traje blanco resaltaba perfectamente sus facciones. Al vernos, bajó rápidamente las escaleras.

  • Buenas tardes. Disculpen, estaba ayudando a un cliente. Dijo.
  • Hola, buenas tardes. Respondí.
  • Buenas tardes. Acabamos de llegar, no te preocupes. Dijo José Antonio.
  • Mi nombre es Rui Ferreiro ¿En qué puedo ayudarles?
  • Teníamos una reserva a nombre de José Antonio.

Casi se me escapa una carcajada. Hace un par de minutos, José Antonio parecía quejarse por la falta de atención en el recibimiento al hotel. Una vez hechos los tramites de registro en el hotel, cogimos nuestras maletas y nos dirigimos al ascensor guardando en la espera la documentación.

Habitación número ocho de la primera planta. Un camino de pétalos blancos y rojos simulaba una alfombra hacia la cama. La habitación ofrece un aroma fresco y un toque de rosas perfectamente en armonía. Solté mi equipaje en la entrada. La habitación llamaba la atención por su cama grande con sábanas blancas en el centro de la habitación, una bañera jacuzzi en lado derecho, un tocador de madera y su correspondiente y majestuoso espejo, desde donde parece que te puedes ver desde cualquier rincón. A la derecha un baño con todos los complementos, bien iluminado y muy limpio. Me giré al ver que  José Antonio me seguía por toda la habitación sin decir palabra, sólo mirando a nuestro alrededor. Tras unas grandes cortinas, se encontraba la puerta a una terraza. Abrí la puerta mientras salía a ver qué era lo que me esperaba al otro lado. No podía ver nada, estaba oscuro. En ese momento, José Antonio encendió la luz que se encontraba en la parte de dentro de la habitación.

  • ¡Oh, vaya! Es magnífico. Dije
  • ¿Te gusta?
  • ¡Sí, claro! Corrí a abrazarle fuertemente.

Una mesa y dos sillas se hacían compañía cerca de la barandilla. El mantel que lo vestía estaba sujeto por una botella de champagne “Moet Chandon Rosé Imperial”. Uno de mis favoritos, una fondue de chocolate y fruta variada acompañaban la botella.

  • Gracias, gracias, gracias. Dije mientras dejaba sin respiración a José Antonio con un abrazo de oso.
  • Está claro que no iba a dejarte a ti prepararlo todo. ¿Estaría preparando todo esto el botones?
  • No lo sé… Dije pensativa y corrí hacia el chocolate.

Introduje un dedo en el chocolate y me lo enterré en mis labios.

  • .. está delicioso ¿Quieres probarlo?
  • Sí. Pero te advierto que es afrodisiaco. Si lo pruebo, querré más y más.

Contestó con la última frase que yo le había dicho en el coche. Yo me lo tomé como burla y pensé en mancharle la cara con chocolate. Algo que debí meditar mejor. Pues acto seguido, estaba manchada de chocolate por las piernas, cara, brazos y escote. Creo que tenía manchado también el pelo.

  • ¡Oh, vaya! Ahora sí que es la guerra. Reímos.

Metí las manos en la fuente de chocolate, intentando coger todo lo que pudiese con ellas, me giré y repitiendo sus pasos, le manché todas las partes del cuerpo que pude. No le cogió de sorpresa y, copiando mi proeza, acabamos los dos llenos de chocolate.

Nos besamos. Eran dulces, muy dulces. Lo eran tanto que yo quería más y más. Empecé devorando su boca, su cuello y bajando hasta su miembro. Este también fue devorado por mí. Cuando su excitación fue notable, me aparto delicadamente e hizo que tomara asiento encima de la mesa. Exquisitamente me despojó de la ropa para dejarme totalmente desnuda y expuesta a la naturaleza.

  • Eres un bombón exquisito ahora mismo. Decía mientras desnudaba su cuerpo al completo.
  • Tú también.

Besó mi cuello, lamió mis hombros, mi boca y mis piernas. Subió dando suaves mordisquitos por mis muslos, tomó en sus manos la botella de champagne y apartó el tapón. Un hilo fino bajaba por mis pechos, erizando mis pezones. Él, también, lamió la mezcla de chocolate y champagne. Cuando acabó, volvió a rociar mi cuerpo con la bebida dorada, llenando esta vez mi ombligo y bebiendo de él.  Más tarde y, excitada por el momento, gemí estremeciendo y erizando todo el bello de mi piel.

Jose Antonio excitado también, volvió a tomar la botella y dejo caer otro hilo de champagne sobre mi clítoris y mis labios. Aquellos que ansiaban el contacto con aquel hombre. Bajó su cabeza, lamió y besó toda la zona, también manchada con chocolate, casi hasta alcanzar el orgasmo. Pero no continuó y no llegué a alcanzarlo.

Él  sopló por la zona, sonrió y cogió su glande para frotarlo por mis genitales. Yo, en cambio, coloqué las sillas para apoyar mis piernas y le empujé a penetrarme, realizándolo tan suave que casi tengo un orgasmo al sentir su piel con la mía. Me besó y me empujó hacia atrás. Lo que hizo que mi espalda quedase apoyada al completo sobre la mesa y amó allí mismo. Despacio y dulcemente enterraba su pene dentro de mí, besando y acariciando mis pechos. Estos, a su contacto, se erizaban hasta que ambos alcanzamos el orgasmo.

Nos besamos para acabar. Él se retiró y caminamos hacia el baño empapados de chocolate, champagne y mucho, mucho amor.

Continuará….

 

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