Las aventuras de Cristina VI
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“Amo la violencia con la que su sonrisa destruye mi rutina”

 

En el recibidor, desde mi silla, pude observar como Carlos se desnudaba para mí y cómo se posicionaba en la postura de un sumiso; De rodillas, mirando al suelo y con las palmas totalmente extendidas. Con la cara cerca de las rodillas y la mirada perdida entre ellas.

Desde mi trono, fumando un cigarrillo y observando bajo mis pies como su musculatura se relajaba, me preguntaba cómo iba a obligarle a ponerse su atuendo, o si estaba siendo demasiado dura con él. Luego me acordé de todo lo que él me hacía y el arrepentimiento se esfumó de mi cabeza.

Me levanté, lancé el cigarrillo a unos centímetros, y con paso firme, comencé a caminar apagando, en el primer paso, el hilo de humo que aun salía de él.

Caminé un par de pasos acercándome a Carlos. Me agacho un poco y le acaricio el pelo. Lo tiene suave y brillante, como siempre. Me giro y camino hacia el salón. Una vez allí, recojo la bolsa con su atuendo y regreso hacia la posición de Carlos. El plástico suena al romperse entre mis manos. Tiro un poco más y dejó el paquete medio abierto, sacando la máscara y el resto, lanzándolo al suelo.

  • ¡Póntelo! Le ordeno de inmediato.
  • Si, Señora. Responde Carlos.

Avancé hacia el salón, donde había colocado estratégicamente el sofá, apartado la mesa y colocado una gran alfombra gris que guardo en mi habitación.

Me gustaban estas botas. La altura que me daba el tacón y las plataformas me hacían alta y poderosa. Y así era como realmente me sentía. El sonido que creaba el tacón perturbaría por toda la habitación si no fuese por la música de fondo que había puesto.

Me senté en el sofá y vi que Carlos estaba dándole vueltas a toda la ropa para ver cómo se la podía poner. Una gorra de cuero, un collar de perro con correa a juego, una nariz de cerdito, unos slips rosas con argollas en la cintura que harían ruido al caminar. Unas botas hasta las rodillas de color blanco que imitaban al cuero, completaban el atuendo que había preparado para él.

Una vez con el ajuar ideal volvió a su posición inicial y se mantuvo a la espera, en silencio.

  • Acércate. Ordenó Cristina.
  • Si, Señora. Respondió el.

Carlos se irguió y caminó unos pasos hasta quedarse justo en el punto medio de distancia que había entre ellos en ese mismo instante. Para sorpresa de ella y, desde un primer momento, Carlos no se postró a sus pies.

  • Acércate más, de rodillas. Y dame la otra punta de tu correa, Cerdito.

Ordenó Cristina, una vez más.

  • Si, Señora. Volvió a contestar él.

Comenzó a moverse despacio, de rodillas y avanzando lentamente para que ella pudiera observarle tal y como había solicitado. Aunque por dentro estaba rabiando de impotencia por no poderle decir lo que quería. Había estado preocupado, enfadado e irritado durante todo el día y lo que menos deseaba era que ella ahora aprovechase la posición y no poderle decir todo lo que él había estado sintiendo por ella. Sin mirarle a los ojos, le acercó la correa y ella hizo posesión de la misma. Se puso en pie y, con sus altísimos tacones, caminó alrededor de Carlos. Como estaba cerca de la mesa, cogió un látigo y recorrió el cuerpo de él delicadamente. Como ese no iba a ser su castigo, empezó a darle más fuerte en el trasero tanto, que una de esas veces él grito:

  • Basta por favor. No puedo soportarlo más.
  • ¿Desde cuándo se te permite hablar, Cerdo? Preguntó Cristina.

Carlos emitió un bufido, dando lugar después a la posición de sumisión en la que Cristina lo quería.

Cristina volvió a acercarse a la mesa. Esta vez cogió el lubricante y un dildo anal, bajó la cremallera del slip rosa y untó a Carlos un poco de lubricante en su ano. Se sentó en la zona lumbar del mismo, mientras introducía poco a poco su dedo índice dentro del cerdito. Primero en círculos para dilatarlo un poco y más tarde, introduciendo la punta del pulgar un poco. A su vez, puso el dildo entre los labios de Carlos y volvió ordenar:

  • Chúpalo porque hoy lo sentirás dentro.
  • Si, Señora. Respondió sumiso.

Carlos chupó el consolador anal hasta que estuvo totalmente mojado y cuando su saliva resbalaba entre los dedos de Cristina, ella paró de introducir el dedo y acercó el dildo hacia el ano de Carlos, introduciéndolo poco a poco hasta insertárselo hasta la misma empuñadura.

Él, suspiró y ella puso cara de satisfacción al ver a Carlos en aquella posición. Como ella en realidad no disfrutaba sexualmente de aquel momento, abrió por completo la cremallera de Carlos, cogió la correa que estaba alrededor de su cuello y la ató en la pata de la mesa hasta dejar inmóvil la parte superior de su cuerpo. Se arrodilló y empezó chupándole los huevos desde la parte de atrás, mientras, con su otra mano, trataba de excitar su pene ya estimulado. Él a cuatro patas y ella tumbada en el suelo para poder chuparle el miembro y excitar con su mano el ano, con la que comenzó a mover el dildo suavemente. Cuando notó la primera gota de esperma en su boca, la saboreó despacio y se detuvo de inmediato. Se levantó y le pisó una mano con las botas clavándole suavemente el tacón en la muñeca.

  • Dime, Cerdito ¿Te está gustando? Preguntó ella.
  • Si, Señora. Está siendo placentero.
  • Ahora me toca disfrutarlo a mí. Quiero que comiences a besarme desde la punta de la bota hasta que llegues a mi clítoris. Una vez allí, lo saborearás y lo excitarás hasta que desees follártelo. Cuando eso suceda, me lo harás saber de la manera más sumisa que puedas. ¿Has entendido, Cerdito?
  • Si, Señora. Así lo haré. Respondió el.

Y así fue. Su lengua y sus labios se pasearon por las botas y las mallas de su dueña hasta llegar al más delicioso de los manjares. Intentó como pudo bajar la cremallera sin hacer daño a su señora. Sabía que si eso ocurría, ella le iba a castigar. La música de ambiente que sonaba en estos instantes era de la brillante violinista Lindsey Stirling. La canción “Crystallize” era perfecta para este momento.

Mientras tanto, en la mente de Carlos…

Bajé la cremallera y empecé a lamer sus labios interiores y exteriores, besando cada rincón del sexo de Cristina delicadamente como ella lo deseaba hasta que escuché sus gemidos. Cuando eso ocurrió, ella tomó de nuevo el látigo y, por cada vez que yo lamía sin succionar, me regalaba un azote con las tiras de su látigo. Su postura era excepcional y como yo deseaba verla disfrutar más de ese momento, introduje mi dedo índice y el dedo corazón dentro de ella para que llegara a la excitación máxima. Me agarró el pelo y eso me hizo saber que estaba a punto de llegar al clímax. Yo muy excitado por verla así, dejé de hacerlo recibiendo un par de latigazos más. Cuando ya notó mi respiración agitada en su clítoris, supo que era momento de poseerla. Desató mi cuello de la correa y sentándonos los dos en la alfombra, me hizo suyo. Los movimientos de su cadera en mi cintura me hacían enloquecer. Ella abrió la cremallera y dejó sus pechos casi medio descubiertos. Metí la cabeza entre ellos besándola y tocándola por encima de aquel disfraz con el que se había hecho y que también le quedaba. El dildo que estaba dentro de mi ano concebía perfectamente su trabajo. Presionaba mi zona erógena, haciéndome gemir a cada embestida de Cristina. Nuestra excitación era tan grande que pronto llegamos los dos al clímax y gritamos como verdaderos locos. Yo, vestido de cerdo y ella de ama del universo. Mi perfecta ama del universo.

Continuará…

 

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2 comentarios en “Las aventuras de Cristina VI

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