Rizos de carbón IV
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“¿Quieres probar el elixir de mis labios? Pero te advierto, son afrodisíacos. Si los pruebas, querrás más y más”

En esta ocasión, me encontraba preparando mi maleta de fin de semana. Quería sorprender a mi chico y había preparado un fin de semana excepcional en una suite cerca de Santander.

Estaba segura de que él no esperaba encontrarse en el lugar donde yo le llevaría. Según había visto en  Internet, las habitaciones eran muy íntimas y estaban decoradas con todo lujo de detalles. Había elegido la suite cinco, decorada con un gran jacuzzi,  una cama de dos por dos metros,  un salón  con chimenea, un jardín íntimo y privado con tumbonas con una delicada mesa para desayunar mientras miramos los alrededores de aquel  encantador lugar.

Mientras recordaba cómo era la suite, busco mi ropa interior más bonita. La dobló y la meto en la maleta junto a un par de vestidos frescos, adecuados a la temperatura que hace en Santander en pleno Julio, y un vaquero con una americana por si las noches se vuelven frías.

Como me sobraba espacio de equipaje, preparé en una bolsa aparte, con pétalos de rosas,  unas velas con olor a frambuesa y un gel lubricante de La Maleta Roja, que tan pronto podía servirme  para dar un masaje excitante o para jugar con él  mientras le hacía el amor. Despojé de la nevera una botella de champagne para tener una sorpresa más idónea.

Excitadísima pensando en el gran fin de semana que nos esperaba, comencé a cambiarme. En media hora estaría aquí para comenzar el viaje hasta Somo, un pueblecito de Santander. Me había comprado un conjunto rosa fucsia esta misma mañana. Aquel color resaltaba a la perfección mi tono de piel. Me coloqué mi falda pomposa azul marino y una camiseta blanca de encaje. Por  debajo de la camiseta, se transparentaba un poco mi escote y el color rosáceo del sujetador asomaba de una manera tímida. Probé  con un perfume nuevo y en un par de toques en mis muñecas y mi cuello, sería más que de sobra.

Suena el timbre, es él. Espera abajo. Me estoy poniendo nerviosa al pensar que en unas horas estaremos dentro del jacuzzi  rodeados de burbujas y velas.

Solos, él y yo. Bajé corriendo por las escaleras, cargada con la maleta y la chaqueta. Estaba tan ansiosa por verle que no podía esperar por el ascensor.

Allí estaba el, tan guapo como siempre. Esperándome con una amplia sonrisa. De un par de zancadas, se puso a mi lado en pocos segundos, me cogió de la cintura y me besó.

  • Como siempre, preciosa. Me dijo con voz melosa.
  • Tú sí que estás guapo. No sé cómo lo haces. Será tu olor el que me atrae a ti como una loca y hace que me resulte difícil separarme. Le respondí con otro beso. Este, quizás, mucho más intenso que el anterior.

Metimos las maletas en el coche, nos preparamos para salir inmediatamente, sin perder un segundo más.

Pasaron un par de horas en las que hablamos y hablamos de cómo nos había ido esta última semana. No nos habíamos visto en los últimos días por el trabajo y me gustaba escuchar los avances que él tenía con sus proyectos.

Con esa voz tan calmada, serena y excitante, comencé a subir poco a poco la falda. Primero sobrepasó la línea de mis rodillas. A continuación, me agaché a tocarme los tobillos, subiendo por mis suaves piernas hasta la altura de mis muslos, para conseguí llamar su atención.

Miraba el volante, miraba mis piernas y cuando me miraba a la cara, yo pestañeaba  con un coqueto aleteo.

  • Serás traviesa, Muñequita…
  • Contesté, guiñándole un ojo.

Aproveche, para descalzarme. Desplacé el asiento hacia atrás y continúe con mi juego de provocación. Coloqué mis pies encima del interior, sobre el salpicadero, y seguidamente subí unos centímetros más mi falda, dejando al descubierto  mi ropa interior rosa. Mis piernas brillaban con el sol y era de vital ayuda una crema protectora que me había aplicado antes de vestirme.  Sus ojos se distraían de la carretera, miraba mis piernas y mis manos.  Mis dedos recorrían el interior de los muslos, hasta casi tocar mi zona erógena pero no lo hacían.

Su mirada, cada segundo más perversa, no dejaba me observarme. Yo sabía que él lo deseaba tanto como yo, y decidí sacar la mariposa de mi bolso, retiré a un lado mis braguitas y me la coloqué. Por supuesto, acercando mi mano a la suya, le entregué el mando y control del juguete que me había puesto.

Cuando supe lo que le había dado, una pícara sonrisa atravesó su boca alcanzando a sus ojos. Mis manos seguían recorriendo delicadamente mis piernas, pasando por tobillos, rodillas y muslos, sin que la mariposa hiciera ningún movimiento. Me inquieté por un momento al ver que desde que le di el mando se había mantenido impasible. Al menos, aparentemente, sus ojos se mantenían fijos en la carretera.

Como no me doy por vencida fácilmente, al ver que los kilómetros pasaban y su mirada residía concentrada  en los raíles de la autovía, cambie la música del coche y las notas de Mark Anthony  nos envolvían dentro del coche. “Ahora quien”, una canción con sentimientos a flor de piel, me dio los ánimos suficientes para seguir con mi travesura y conseguir a mi objetivo.

Continúe tocándome, esta vez voy más allá. Mis dedos entran en los alrededores de mis ingles, tocando suavemente mis labios. Mi hendidura estaba completamente humedecida. Retiré la mariposa al ver que, su presentación en aquel escenario, no había tenido los resultados que yo esperaba. Aquello llamo su atención. Me miró sorprendido y se colocó en la misma posición de antes. Yo seguí tocándome, introduciendo dedos por debajo del tanga y moviéndolos arriba y abajo. Saqué una mano para meterme dos dedos en la boca y volver con ella a la superficie de mis labios. Me dejé llevar. Yo misma me acariciaba imaginando sus manos también haciéndolo. Se escapaba algún gemido de vez en cuando debido a la estimulación. Él, cada vez que se me escapaba uno, subía el volumen de la música para no escucharme. Cerré los ojos y me dejé llevar un poco más.

Fue, entonces, cuando noté una mano caliente en el tobillo. No eran las mías. Estas, ocupadas debajo de mis braguitas, dando un placer ya conocido. Su mano se deslizó por mis piernas hasta llegar a la cintura. Recorrió parte de la camiseta, deslizando las yemas de los dedos hasta llegar a mi cuello.  Mi reacción a sus manos fue un escalofrío recorriendo el bello de mi piel.

Abrí los ojos. No podía creer que el coche estaba parado y él estaba mirándome a menos de un palmo de mi cara.

  • Bésame. Me dijo.
  • ¿Estás seguro? Pensé que me ignorabas.

Una fugaz risita se  escapó de sus labios.

  • Bésame. Me repitió.
  • ¿Quieres probar el elixir de mis labios? Pero te advierto, son afrodisiacos y si los pruebas, querrás más y más.

Su mirada, ya enturbiada por el deseo, viajó  por mi cuerpo hasta que volvió a fijarla en mis ojos y mi boca.

  • Besam….!

No le deje acabar la frase. Me lancé a su cara con hambre de su boca. Hambre de mezclar nuestros aromas. Yo miré un segundo a mí alrededor Estábamos parados en una zona de descanso fuera de la autovía. El cielo se estaba oscureciendo.

Allí mismo en la zona de atrás del coche me hizo suya. Los cristales tintados impedían que nadie que pasara por allí pudiese vernos hacia el interior. Sus manos recorrían ya mi cuerpo con ansiedad. Mi cuerpo sólo pensaba en poder mezclarse y ser uno. Me subió la falda, retiró el tanga y me hizo suya de una sola vez. En un movimiento suave, pero intenso, nuestro calor se unió y no nos hizo falta mucho precalentamiento. Ambos nos dejamos llevar hasta el orgasmo y este nos alcanzó. Su pene se hinchaba de un golpe y me llenaba hasta lo más profundo. Mientras tanto, mi vagina daba impulsos para absorberle hasta que alcancé mi orgasmo.  Nos besamos con pasión hasta que recordamos que debíamos continuar con el viaje para llegar a la hora de la cena.

Continuará…

 

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