Era de noche. Hacía bastante frío y mis ojos me escocían por la brisa que me golpeaba la cara y me cortaba la piel, o eso era lo que yo sentía. Metí mis frías manos en los bolsillos de mi cazadora negra y me detuve delante de lo que parecía un bar. Miré entre los cristales el lugar en el que me metería y parecía bastante satisfactorio.
Gire la calle y encontré la puerta cubierta con una cortina. Pronto el calor se fue colando por todo mi cuerpo, haciéndome estremecer mientras se calentaban todas las células de mi interior. Sonreí satisfecho. Me dirigí a una mesa, la más cercana a mí y allí me senté en espera a que me atendieran. Mientras que colgaba mi abrigo en el respaldo de la silla, una voz suave, seductora podría decir, llamó mi atención. Al alzar la mirada, me encontré frente a frente con una muchacha bastante atractiva. Para colmo, como si eso no perturbara mi mente, llevaba una camisa blanca entallada al cuerpo, con los botones del cuello abiertos para permitir que tu mente divagara en su escote. Un delantal blanco le colgaba de la cintura, sobre un fajín negro que te hacía perder la cordura. Por último sus piernas esbeltas, eran estilizadas por unos pitillos también negros de charol. Su cabello oscuro se hallaba recogido en una coleta pulcra. Pasé saliva, pues, de manera inoportuna, mi garganta se había secado. Sostenía en sus manos un anotador y un bolígrafo.
- Un café cortado, por favor.
Solté las palabras atropelladamente, fruto de las reacciones que me provocaba aquella chica. Sus labios pintados de rojo se alzaron al crear una sonrisa pícara.
- Café cortado será.
Volvió a retumbar aquella voz. No lo sé, pero de pronto sentí la urgencia de querer oírla de vuelta, pero con otra entonación, con otras palabras. Cuando se dio la vuelta, solté un suspiro hondo. ¿Qué me ocurría? Yo no era así de morboso.
- Pobre chica Pensé
- Seguro que la puse incómoda. Negué con la cabeza, diciéndome a mí mismo que era un sinvergüenza. Al poco rato ella volvió.
Depositó en la mesa de madera una taza de porcelana, similar al tono de su piel y al lado, unos sobrecitos con azúcar. Le agradecí y comencé a endulzar el café. Para mi sorpresa, entre los paquetitos de azúcar, había un trozo de hoja con un número de teléfono garabateado, debajo un nombre femenino. Incrédulo, alcé la mirada para buscar a la dueña del número, y allí estaba la camarera, sonriéndome desde una de las mesas mientras que atendía a otra pareja.
Sabía que de allí no saldría con frío cuando ella me guiñó un ojo. Le devolví la sonrisa. Habíamos iniciado un juego seductor. Cuando acabé mi bebida, que por cierto, se me había hecho eterna, la muchacha volvió a mi mesa para recoger la taza.
- Mi turno termina en quince minutos. Me susurró. Si quieres, me puedes esperar.
Acepté. No era de esos tipos que buscaban compañías por ahí en medio de la noche, pero quise serlo, al menos sólo aquella noche. Los quince minutos pasaron volando entre sonrisas insinuantes, miradas oscurecidas por la sed del placer y guiños juguetones. La vi salir del local con ropa informal, así que me coloqué la cazadora con un poco de prisa, pague la cuenta a su compañero de la barra y me apresuré para salir del bar. El frío me volvió a azotar el rostro, pero no me importó, allí estaba ella esperándome cruzada de brazos. Entre la seducción que nos ofrecimos mutuamente había miradas y tímidas caricias con ansia de más, ahora ya en mi casa. Cerré la puerta a ahorcajadas, pues sus piernas estaban enroscadas a mi cintura, mientras que yo la sostenía por la cadera y mordisqueaba sus labios. Alargué una mano hacia el interruptor de la luz, buscándolo desesperadamente en el sitio en el que nos encontrábamos, pero ella gruñó sin despegar nuestras bocas.
Estábamos en penumbras, la poca luz que ingresaba por las ventanas me era más que suficiente para poder observar la silueta de su cuerpo. Tanteé el sillón y allí la deposité.
- ¿Frío? ¡Lo último que podía sentir era aquello!
Mi cuerpo hervía por dentro y por fuera. Esa mujer estaba despertando en deseo en mí, sitios prohibidos. Me estaba atormentando con sus roces, sus labios que me mordisqueaban el cuello y boca. Lentamente fuimos despojándonos de nuestras ropas. No nos importó el paradero de ésta. Estábamos cegados por el placer. Su mirada centelleaba de deseo. Aquel juego de seducción me estaba matando. Sentía un desesperante dolor en mi entrepierna, tal era la sensación, que sentía enloquecer por hacerla doblar de placer entre mis brazos.
Deslicé mis labios por su mentón, por su cuello, donde dejé algún que otro moratón, causa de mis mordiscos. Disfruté escuchar los suspiros que soltó en aquel momento. Inclinó su cabeza hacia atrás, hacia los costados y enterró sus dedos en mi pelo, atrayéndome aún más a ella, separando cualquier distancia que hubiese quedado en aquel momento entre nosotros. Continué con el desliz de mi lengua que danzaba enérgica sobre su piel. Saboreé cada rincón de su cuerpo con deleite. Hasta que alcancé sus pechos. Succioné de uno en uno de sus pezones comenzando a jugar con éstos, haciendo que la fémina siseara de placer, mientras que con la otra mano apretaba el otro pecho.
Mi lengua se aventuró más allá, bajó al ombligo y desde allí comencé a descender con besos, hasta alcanzar su clítoris. Enroscó sus piernas en mi cuello, y presionaba mi cabeza contra su genital.
Sus morbosos gemidos inundaban toda la habitación. Aquellos sonidos, que tanto me perturbaban, me hacían excitar más de lo que ya estaba. Besé sus muslos y los separé cuando deduje que ya se había acostumbrado a mis caricias. Colérico de placer, no me pude retener más, y con cuidado, fui introduciéndome en ella. Fue paulatino. Lanzó un alarido mientras erguía su espalda. Creí que más placer no podía recibir, me sentí en la gloria, impidiendo el comportamiento humano dejando que la locura, el deseo salvaje, me consumiera.
Fue entonces, al pasar unos minutos cuando ya la había comenzado a embestir con rapidez. Nuestros cuerpos vibraban a causa del vaivén de nuestras caderas. La sostuve con fuerza por la cintura, aferrándome a ella. Alcé mi mirada al techo cerrando mis ojos al saborear aquellas sensaciones difíciles de explicar. Fue maravilloso. Ella agitó su cabeza de un costado a otro, luego de haberme dicho que no aguantaba más. Me rogaba que acabara con su tormento, pero no lo hice. Ahora era mi turno de devolverle la sensación de morir al recibir tanto placer. Aumenté la fuerza de mis embestidas, haciendo rebotar sus pechos y soltar gemidos de una zorra desesperada, cuando gimió de placer, aferrándose a mi cuello con ambos brazos ,su melena se desparramó por el sillón, y su espalda se había arqueado .Ambos habíamos culminado en un mar de sensaciones, al mismo tiempo. Una fina capa de sudor nos cubría por completo. Nuestros corazones nos martilleaban, dificultándonos el respirar. Perdiendo la fuerza de mi cuerpo me dejé caer sobre sus pechos. Ella me rodeó la nuca con una mano, atrayéndome a sus labios, los cuales devoré con lo último que me quedaba de energía.
- Hay que repetirlo.
Me dijo con la voz entrecortada.
- Pero de otra manera. Continuó con un tono juguetón.
Continuará…
Descarga este relato para leer en tu tablet o ebook reader
Regístrate o Identifícate para acceder
¿Te ha gustado, si o si? Sugerencias, críticas, opiniones… ¡Gracias! 😉
¡No te pierdas ningún relato! Suscríbete ahora para recibirlos en tu email.
Muy excitante