El fisioterapeuta
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Como todas las tardes, voy camino al Gym. Tengo que cuidarme. Pero no sólo eso es lo que me impulsaba a ir a aquel lugar. Estaba haciendo un esfuerzo inhumano para no verle. Intentaba evitar el horario, pero era rara la vez que él no estaba presente. El gimnasio parecía pequeño cuando él se quitaba la camiseta y agarraba las pesas. Yo, desde mi pequeño rincón, miraba tímidamente. El reflejo de sus ojos, en el cristal clavados, mirando mi tonta cara. Me clavo su mirada de tal manera en la cinta de correr que tropecé y caí al suelo. Aquello sólo hizo que mis mejillas se sonrojaran mucho más y la vergüenza me inundara. Cuando alcé la vista, observé que él me tendía la mano. Mis rodillas temblaban al ver que me daba un instante de atención. Ayudó a ponerme en pie, pero mi tembleque de piernas no me dejaba erguirme. Así que sin preguntármelo dos veces me levanto del suelo, entre sus brazos. ¡No daba crédito a lo que me estaba sucediendo! Caminó derecho a la sala de relax y me dejó sobre unas colchonetas. No había nadie más con nosotros, así que me encontré sola ante aquel peligro tan delicioso.

– ¿Estás bien? Preguntó.

– Si, me he mareado un poco. Mentí.

– Siéntate un poco y respira hondo. Me contesto.

– Está bien. Eso fue lo único que pude decir.

El destello de su pelo rubio  y tantos espejos alrededor  nuestro, no hacían más que darle un toque encantador. Me volví a sonrojar. No podía evitarlo, no me salían las palabras cuando podía ver cada perfil de su musculatura. Esa espalda hercúlea, esos brazos curtidos que no dejaban una sola vena por esconder,  un sudor que resbalaba por un pecho increíble con el mejor aroma a feromonas masculinas. Con lo que mi cuerpo empezó a reaccionar. Tenía que disimular de alguna manera, así que, me coloque bocabajo para estirar y respirar a ver si bajaba mi sofocón.

Se coloco detrás de mí y comenzó a masajearme el cuello y la espalda. Qué momento más delicioso. Note que se encaminaba a cerrar la puerta y puso música suave para relajarme. Volvió a mi lado y pude ver de reojo que seguía con el pecho al descubierto, puso un poco de aceite por mi espalda y comenzó el masaje de nuevo.

– Relájate, me dijo.

No conteste, ya que la música y el aroma del aceite comenzaban a hacer su efecto. Aquellas grandes manos pasándome por la espalda comenzaban a hacer que mi cuerpo reaccionara.  Cada vez notaba sus manos más calientes. Me quite la camiseta y el pantalón para que el masaje fuese más intenso.  Ángel desabrocho  mi sujetador deportivo, y me dijo: – Tranquila solo es un masaje.

Mi cuerpo volvió a temblar, pero esta vez era deseo. El aceite resbalaba ya por todo mi cuerpo y las palabras que susurraba a mi oído quemaban en mi cara y en mi cuello. Sus manos quemaban mis piernas. El morbo a que nos descubrieran solo hacía que la situación llegara a más. Comenzó a besarme los rincones más escondidos de mi cuerpo mientras sus manos resbalaban por mi pecho, cintura y nalgas. La colchoneta se había convertido en un lago de aceite y nosotros resbalábamos en él. Sus dedos jugaban entre mis húmedas intimidades mientras su boca recorría mis pechos hasta erizarme los pezones. Ya no podía resistirme más así que enérgicamente me senté sobre sus piernas y empecé a moverme.

Nos restregábamos como los peces dentro del agua. Retiro mi tanga y por fin pude sentir lleno  mi cuerpo. Nuestros labios se juntaron. Los gemidos y los sentidos parecían de una sola persona. El clítoris rozaba su pubis, lo que hacía que el placer fuese mucho más intenso. Nos erguimos del suelo, ya no importaba si era en la colchoneta o de pie. Me encontré con unas barras, de una espaldera, en la pared que me fueron útiles para sujetarme y quedarme en volandas, cuando él se puso de pie. Sentí el pulso en su pene en mi vagina hasta que no pude más y llegue al clímax.  Mi orgasmo hacia que resbalase húmedamente hacia abajo. Comencé a apretar los muslos hacer que el placer fuese intenso para el también.  Logre bajar al suelo, me arrodille y mire sus ojos con deseo. Agarre su pene con la mano y comencé a masturbarle, recorriendo con mi lengua cada rincón de la erección, hasta que el clímax llegó e inundo el instante.

La vergüenza y la timidez anegaron mi cuerpo. No podía mirar esos ojos azules tan profundos como el mar que pedían más. Mordí mi labio superior y me acerque  tanto como pude para besar los suyos, además de su cuello. Clave mis uñas en su espalda, dándole un abrazo tierno que él correspondió, entrelazando sus manos con las mías. El miedo desapareció de mi cuerpo, y comenzamos a besarnos despacio, tan despacio que nunca descubriré el tiempo que pasamos en aquella habitación.

 

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