Me había pasado toda la tarde arreglándome el pelo y probándome lencería, quizás sea la más nueva que guardaba en el cajón. Aquellas medias de rejilla con las ligas negras y puntilla no eran demasiado cómodas. Me coloqué el tanga por encima del conjunto y comencé a vestirme. Mi falda negra de tubo favorita y una camisa sedosa blanca. La puntilla del sujetador se transparentaba un poco, ya casi estaba perfecta. Unos pendientes blancos y unas pulseras plateadas adornaban mis pequeñas muñecas.
Me perfumé un poco en el escote y detrás de las orejas. Me encantaba ese olor, aunque el aroma favorito, sin duda, era el de mi chico. Siempre olía demasiado bien. Ese olor provocaba una sensación en mí que deseaba besarle todo el rato.
Mis rizos caían sobre mi espalda. Me gustan los tirabuzones que tengo. Alguna vez, mi chico, me había llamado ricitos de carbón por el negro azabache de su color.
Me sentía nerviosa, faltaban 10 minutos para las ocho de la tarde. Comencé a pensar en él y en su olor. El recuerdo embriagaba mi cuerpo y me teletransportarme mentalmente a sus brazos. En mi imaginación ya estaba en ellos, me abrazaba desde atrás y besaba mi cuello, mientras el bello de mi espalda se erizaba a su cercanía y contacto. Imité sus movimientos, desplacé el tanga hacia un lado y comencé a tocarme tal y como lo habría hecho el. Desabroché un par de botones de mi camisa y asome tímidamente los pezones por la puntilla. Me apoyé con un codo sobre la mesa, mientras mi mano derecha hacia círculos sobre mi clítoris. Me di unas cuantas palmaditas en él. Continúe haciendo movimientos circulares. Los gemidos desgarraban mi garganta. Mi respiración agitada y sofocada predecía el orgasmo, un orgasmo que pertenecía a mi hombre. Primero introduje un dedo y luego dos. Mi palma seguía rozando mi clítoris ya inflamado, tenía los labios encharcados de mi elixir. Estaba cerca, tan cerca como las ocho de la tarde. Comencé a hacer movimientos más rítmicos, más rápidos, provocando un temblor de piernas. Como un graznido, salió el susurro de máximo placer. Una gota de sudor resbalaba por mi espalda. Mi respiración agitada empezaba a tomar el control normal. Corrí rápido al lavabo y volví a colocar toda mi ropa como estaba al principio.
Estaba lista, faltaba un minuto y sonó el timbre. Era él, mi hombre, el que me tomaba en sueños y en mis mejores fantasías. Porque todo aquello era por él, ese orgasmo era suyo, como yo.
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